La tragedia de la Gabarra

Francisco Cifuentes

La muerte en estado de indefensión de treinta y tantos colombianos en un solo sitio y por decisión de un solo responsable, genera dolor y rabia a cualquier ciudadano que crea en su pertenencia a la especie humana. Es un acto bárbaro porque no entra en los límites de lo razonable que se pretenda aniquilar a la población que no está en combate.

No se debe, sin embargo, dejar que la sangre de la rabia nuble la razón y menos la del gobernante. Uribe Vélez ha salido nuevamente en el escenario inapropiado a atacar las ONG y concretamente a Amnistía Internacional en forma directa y pública, porque a las 38 horas del incidente no había hecho público ningún comunicado denunciando la masacre y condenando a las Farc; no hace mucho tiempo en un escenario ese sí correcto –pues era en una plaza donde se había utilizado un caballo como portador de la bomba contra los habitantes que asistían al mercado público– el presidente dijo en su discurso lo mismo por la falta de condenas de las ONG sobre el acto terrorista.

Cuando se enfila el ataque retórico después de una tragedia como las anteriores a terceros que no participaron en ella y que además solo traerían al alivio del dolor una simple declaración de condena hecha de mala gana y sin el corazón, yo prefiero que se limpien el trasero con el papel del documento y gritaría en el discurso, ¡no los necesitamos!; curiosamente y hubiera sido en ese acto en Chita una bellísima oportunidad para que los defensores de los animales hicieran oír su voz, no apareció como telonero del presidente nadie de la Sociedad defensora, ni ninguna academia dedicada al cuidado de animales y no recuerdo haber visto una condena por el uso criminal que se dio al caballo y la crueldad de su muerte. Yo tomé nota de esa omisión, tan grave como la reclamada para las ONG.

El segundo punto visto de obnubilación general está las declaraciones ‘inmenciales’ o por lo menos ‘inmeditadas’ de los comandantes militares que se apresuran a usar el calificativo de “acción demencial” a algo que no lo es, o tildar de “demente” al comandante guerrillero. Él, para mí, es simplemente, un asesino, pero no tiene nada de demente, pues pudo llegar hasta el sitio, armado y con sus hombres, sin ser detectado por las autoridades ni las víctimas y aniquilar a los que le parecieron sus enemigos. La guerra verbal, que es otro escenario válido, requiere precisiones y el calificativo de “demente” a este tipo de personas es un insulto a los internos de los panópticos pues los equipara con alguien que ellos mismos repudian.

El tercer elemento está en notar como las burocracias internacionales aprovechan la situación de dolor de los dirigentes y urgen al mandatario para que se lance a firmar documentos que comprometan más a los ya manitados ciudadanos, como es el caso del vicecónsul de las Naciones Unidas que salió con motivo de la masacre a apremiar al presidente para que levante la salvaguarda que arteramente firmó el presidente anterior a pocos días de entregar del poder, en la que ponía fuera del alcance de la competencia de la Corte Penal Internacional a todos los colombianos responsables de crímenes de guerra por los próximos siete años.

Yo creo que ese acto oficial tenía nombre propio y era una contraprestación que él debía por algún otro favor anterior. Por eso dijo crípticamente “Yo cumplí mi palabra”. Entrar precipitadamente a levantar esta salvaguarda por este motivo no cobijará al responsable del crimen y más aún se tendrá que valorar el acto de bandolerismo en la Gabarra como un acto guerra, lo que también es un insulto a los verdaderos combatientes.

Por último y como una desviación de todo esto, los ‘formadores de opinión’ han salido en muchedumbre a registrar las respuestas del señor Vivanco como la nota más destacada y definitoria del incidente; como si lo que él dijera fuera un paliativo balsámico para las víctimas, un incentivo vital para que los perseguidores de los responsables se hagan más infatigables o más constantes en el empeño de lograr la captura o el abatimiento de los homicidas; o si su condena fuera a llenar de consternación a los responsables.

Estas situaciones de inmenso dolor de especie, deben llevar a los que tienen el poder para actuar, a emplear su mejor inteligencia, a dar lo mejor de sí, a no desfallecer en el empeño de que gracias a ellos se tendrá un desenlace adverso para el culpable, y para convocar al indefenso y acobardado ciudadano a que se enliste, se aglutine y ruja como un león, no con el gol de último minuto que da la clasificación en la eliminatoria, sino con el grito mas fuerte y sobrecogedor de repudio y desafío «tendrán que matarnos a todos» y que los invite a mirar a la cara, a sacudirse el yugo del criminal; para el ‘formador de opinión’ a definirse por el mundo en que quiere vivir y a ser consecuente con su compromiso.

Hoy dormiré en el piso para protestar contra el terror y para sentir algún contacto de humanidad con los caídos tan dolorosamente.

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