La Gaitana: Mito Y Realidad

Entorno Histórico Y Socio Cultural

La Gaitana: un contraejemplo de heroísmo entre los vencidos

Las dignidades del honor, en particular el heroísmo, la valentía y la proeza, se han relatado para perpetuar y engrandecer en el tiempo las gestas de los vencedores. Del vencedor, que encarna al héroe, se dice que estaba tocado por la diosa Fortuna, lo que por negación convierte al vencido en villano.

La gesta de la conquista española en América tuvo el ingrediente adicional de haberse desarrollado bajo el prejuicio y cosmovisión que animaba a los guerreros peninsulares del siglo XV y XVI, deseosos de tierras para establecer sus dominios en nombre del Rey, de salvar almas perdidas para la fe, pero sobre todo, de una insaciable sed de oro que obnubilaba el pensamiento hasta la locura.

Afortunadamente existe una figura para orgullo del Huila que sobrevivió a la persecución histórica y al olvido, cuya gloria se equipara con el de los más altos guerreros indígenas que resistieron al conquistador español: esa figura fue una mujer llamada La Gaitana, de cuya existencia ningún huilense duda a pesar de los interrogantes planteados por historiadores, académicos y difamadores.

En cualquier caso, mito o realidad, la leyenda de La Gaitana ya hace parte del imaginario cultural del pueblo huilense, el cual identificó su figura con la resistencia aborigen frente al invasor español, con el orgullo libertario de su estirpe y de su descendencia mestiza, con la heroína que no sólo protagonizó un acto de venganza individual por la cruel ejecución de su hijo a manos del capitán Pedro de Añasco, sino con la mujer comprometida que fue capaz de ejercer gran liderazgo entre su pueblo, de replantear tácticas militares cuando los suyos, infinitamente superiores en número, eran sistemáticamente destrozados por la nueva tecnología militar de arcabuces, lanzas y espadas enemigas, con la estratega audaz para imaginar nuevas formas de ataque y de defensa ante una situación bélica nunca antes sospechada, pero ante todo, con la visionaria política que planteó argumentos ideológicos a los caciques vecinos, mentalmente disminuidos ante las sucesivas derrotas, para unificar la lucha y expulsar definitivamente a las avanzadas españolas en su territorio.

Las noticias del despojo llegan a Guacacallo

Desde ese primer encuentro de dos mundos, encuentro mágico porque al darse la operación de desembarco Cristóbal Colón toma posesión de esas islas caribes sin derramar sangre nativa, y como en una especie de abrazo interétnico los encuentra bellos y bien hechos tal como lo narra en su “Diario de a bordo”, la noticia de la llegada de unos hombres de piel blanca, altos, barbados, de extraño olor, velludos en pechos, brazos y rostros, unidos a monstruos de cuatro patas, empieza a extenderse velozmente como llevada por el canto de los pájaros y las corrientes de los peces. Pero del sobresalto y encantamiento pacifista del encuentro inicial fue quedando muy poco y, a medida que las avanzadas conquistadoras penetraban el territorio, la noticia se va cargando de gritos y lamentos, y la sangre de verdaderas hecatombes va a señalar, con su estela de muerte, un nuevo y trágico amanecer para todo el continente.

A Guacacallo (hoy Timaná), tierra de La Gaitana, la primera noticia del vendaval del despojo, con su ola de esclavitud y muerte, sólo tardó en llegar veinticinco lunas llenas, y fue aumentando en alarmas sucesivas de pesadumbre a media que las avanzadas nativas vigilaban por el norte y por el sur, aguas arriba del majestuoso Yuma, hoy renombrado con el sagrado nombre de río Grande de la Magdalena, por el oriente y por el occidente, corrientes arriba del Paez, y aún más allá, desde las tibias tierras de los calimas, a medida que millares de luciérnagas avizoras resplandecían en la noche con el desplazamiento de esa antigua y nueva barbarie, única forma para intimidar, tal como se pensaba entre la soldadesca que acompañaba las expediciones de conquista, que a partir del año de 1537 penetraron el territorio de lo que hoy constituye el Departamento del Huila, en particular las de Gonzalo Jiménez de Quezada y Sebastián de Belalcázar, todos tras la leyenda del rey que bañaba su cuerpo en oro y hacía homenajes al sol y a la luna y a las lluvias con esmeraldas y jades, y que en el apetito de lo posible llenaba de delirio los días y las noches de todos, en su largo camino hacia el pálido sol de la gloria de los vencedores.

San Agustín: Su tesoro sagrado

Durante los equinoccios del verano los altos linajes de los padres de La Gaitana presidían los actos rituales que congregaban a su pueblo en el valle de Laboyos, y desde allí, en solemne peregrinación, partían hasta el entorno de las grandes piedras esculpidas. De niña, a La Gaitana le gustaba allí jugar y corretear entre el mudo esplendor pétreo, y un poco mayor, enternecerse y templarse con la suave quietud vigilante del águila y la serpiente, del cazador con su armadillo a cuestas, de la fresca y fértil rana que en pétrea materia in situ vigila eternamente para que nunca falte la suave corriente del agua a los que allí reposan sus plantas tras los largos caminos y las arduas tareas de las siembras y las cosechas.

Muchas fueron las veces que La Gaitana se extasió contemplando esas estatuas que le hablaban de un pasado remoto, de sacrificios y ofrendas rituales a sus dioses. Por ello, cuando tuvo poder y mando sobre su pueblo, instauró solemnes desfiles de purificación hasta el sitio donde el río Guacacallo se estrecha entre las rocas hasta tres metros, y desde allí, por los suaves caminos de los helechos, lentos los pasos, en contemplación y en absoluta entrega al abrazo de las fuerzas esenciales, hacia los verdes altos en donde reposan las grandes piedras esculpidas.

Se llamaba Guatepán

A Guatepán, era el nombre de niña de La Gaitana, (de la voz quechua Wateqpa-y, la que envalentona, la que instiga, aquella que arenga e incita a la multitud), le gustaba caminar hasta el Alto del Lavapatas, en San Agustín, y permanecer allí, mirando la extensión del valle, el hilo largo del Magdalena y el cruce de caminos que de las altas tierras del Tequendama y de la nación Chibcha llegaban hasta allí para bifurcarse hacia las tierras de la plata y la canela, y así se quedaba en contemplación, al lado de algo que todavía conserva la forma de un gran fogón, que en el año de 3.300 antes de Cristo dejaron los que prendieron el fuego ceremonial en este sitio.

Allí, en ese lugar, en donde Guatepán le gustaba sentarse para pensar en sus antepasados y sus dioses, los investigadores modernos encontraron, en ese fogón, la evidencia más antigua de la presencia humana en el sur del Alto Magdalena, y un poco más abajo, en toda la extensión del valle de Laboyos, en el territorio de La Gaitana, evidencia más vital y cotidiana: polen de maiz (Zea mais), con una antigüedad de 2350 años antes de Cristo, y polen de frijol (Phaseolus sp.), con una antigüedad de 1550 años antes de Cristo, lo que significa que el período formativo de San Agustín y su cultura se profundiza durante varios milenios antes de la Era Cristiana .

Las huellas que desde el tercer milenio antes de Cristo, esos primeros pobladores del Huila nos dejaron: el fogón, los rastros del polen del maíz y el fríjol, alimentos con los que allí se deleitaron, pero sobre todo, la fuerza de esas esculturas megalíticas que nos hablan de un pueblo con alto desarrollo del arte, de un lugar consagrado exclusivamente al culto de realidades sagradas, a la veneración de los muertos y deidades astrales de inspiración mágica y religiosa, a la exaltación de animales protectores y al poder representado en seres antropomorfos tras las máscaras, todo ello perpetuado en gigantescas moles de piedra.

Toda la belleza del espacio de San Agustín, incluido el nacimiento de las fuentes hídricas que tributan en su parte alta al río Magdalena, adquirió para los nativos un magnetismo sin igual, al cual estaban destinados en su viaje por el inframundo al momento de la muerte, de tal manera que a este trayecto inicial del largo río de la patria los nativos lo llamaron con el significativo nombre de Guacacallo, que en quechua significa “río de las tumbas”. Este fue el nombre que conoció La Gaitana cuando iba a deleitarse en sus fuentes, así como Yuma se llamó al río grande en los valles de tierra caliente.

Los sabios le explicaron el significado de esas grandes piedras labradas: los ojos saltones y circulares, las máscaras que cubrían parcialmente la fiereza de la expresión humana resaltada por los colmillos de felinos, y ella, en dedicada función de guía espiritual de su pueblo, fiel al significado de su nombre ancestral, influyó entre su gente para que reconocieran en esas estatuas ceremoniales la fuerza altiva e independiente de su raza. El águila sosteniendo en el pico una serpiente por la cabeza y atenazando con los garfios de sus patas al resto del animal no le podía ser indiferente, era un mensaje a mantener el poder y el control contra las fuerzas del mal que pudieran atentar contra la seguridad de su gente. Si los nombres influyen en el destino de quienes los poseen, en la niña y posterior Cacica Guatepán se dio esa conjunción perfecta: ella, dando sentido a su nombre, convocó e instigó a los pueblos de su comarca para el combate definitivo cuando el mal llegó a su puerta.

En el transcurso del tiempo a su pueblo natal hay que llegar por inferencias, por los nominativos registrados en los títulos de encomiendas, por lo que narraron los cronistas, sea por que lo vivieron personalmente o lo escucharon de testigos o personas directamente involucradas en los acontecimientos. Algunos piensan que La Gaitana era oriunda de la provincia de Otongo, en el alto río La Plata, territorio dominado por las tribus Guanacas, y aducen para ello que una señora de nombre Guatepán aparece encomendada en ese lugar a un español. Sin embargo, la figura de La Gaitana, de estirpe principal y, por si fuera poco, con autoridad de cacica, se aviene mal a un final sin honor de india pacífica encomendada. Es más convincente concebir su origen en la región de Guacacallo, vereda en donde se fundó por primera vez la ciudad de Timaná, a no mucha distancia de su ubicación actual, lugar en donde existían cacicazgos femeninos, como el de la Gaitana, convertido por el imaginario cultural huilense, más que en mito, en realidad cultural que inspira la independencia de una raza.

Su pueblo estaba más interesado en rituales mágicos y comerciales que en la guerra

De su pueblo, Guacacallo, se sabe poco, pero lo suficiente para indicar que era gente profundamente religiosa, consagrada a rituales cósmicos, incapaces de entrar en guerra si no mediaba un pacto, un aviso, una señal compartida con el enemigo para enfrentarse en combate, tal como sucedía con sus vecinos los Paeces, los Andakí, los Yalcones y los Pijaos. Para ellos el destino del perdedor no era el ultraje, antes por el contrario, era ofrenda ritual a los dioses, al cosmos eterno a donde sabían que todos debían regresar.

Interesados más en establecer vínculos sagrados con el arte escultórico de San Agustín, y en el manejo de sus relaciones e intercambios comerciales con los pueblos vecinos y con los grandes imperios Azteca, Maya e Inca, su preocupación por el perfeccionamiento de las artes de la guerra fue mínimo, y en esta circunstancia puede radicar buena parte de la explicación de su indefensión y derrota ante los ejércitos españoles.

Porque el intercambio comercial siempre estuvo allí presente, y así lo vio desde niña La Gaitana a través de esos largos tentáculos de los caminos de indios que descendían de las altas neblinas del territorio de Nemocón y Zipaquirá, encaminando los panes de sal que hacen del agua, de sin igual sabor y blancura, porque se cuecen en vasijas de barro [3] una vez que sus terrones de piedra se extraen de las entrañas de la montaña, y que en su viaje al sur intercambiaban por aromático cacao, por exquisitos peces que llaman cuchas, bocachicos y bagres, por hojas de coca, por zumo de bejuco sagrado, por los mejores alimentos de estas vegas.

El genocidio descendió de México, Yucatán y Perú

La noticia del horror padecido por el pueblo azteca que llegó por el norte y la noticia del colapso del pueblo Inca que llegó por el sur se sintió como un terremoto que sacudió sin piedad todo el continente hasta el valle de Laboyos. La noticia del cataclismo que descendía desde el valle de las pirámides cortadas de Yucatán, y por si fuera poco en otro alud sin nombre desde las más altas cimas del Perú, no daba lugar a la esperanza. Era la muerte misma la que cabalgaba tratando de apoderarse del sol que había en sus tumbas, del sol que colgaba de sus pechos, del sol que en arte de filigrana sus mejores orfebres colocaban en el más alto sitial de sus casas y de las casas de sus dioses. Era una fiebre que enceguecía a los de a caballo preguntando por la leyenda del Rey del sol, del Templo del sol, de la Laguna del sol, del Río del sol, de la Ciudad del sol, de un anhelante El dorado sin saber que Tisquesusa lo había sustraido ya, en lugar seguro, a la codicia de los extranjeros.

Y el rumor iba doblegando a las aldeas con el relato de cosas terribles, y era el año de 1519 y ya Hernán Cortes le escribía largas cartas de su gesta a la reina doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo, y en ellas les decía que en algunos lugares han sido bien recibidos pero que no consintieron que entraran en sus pueblos; que se han topado con gran cantidad de indios de guerra armados con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas diciendo que nos fuésemos de sus tierras; que ha sido necesario pelear con multitudes de indios, que han vencido en batallas sin número, por voluntad de Dios, a ejércitos de cuarenta mil nativos, juntados de hasta ocho provincias, con tan solo cuatrocientos de nosotros; que los han reprendido por el mal que hacen en adorar a los ídolos y dioses que ellos tienen; que se les hace entender por los farautes que no hemos venido a hacerles daño, sino a hacerles saber que deben ser vasallos de vuestras majestades para serviles y dar lo que en su tierra tuviesen; que la tierra aquí es tan hermosa que en toda España no puede haber mejores; que hay todo género de caza y animales, ciervos, corsos, gamos, lobos, zorros, perdices, palomas, tórtolas, codornices, liebres y conejos, que hay leones y tigres a cinco leguas de la mar, y tan altas cordilleras que si el día no es claro no se pueden divisar sus cumbres; que los pueblos son grandes y bien concertados, las casas de principales de canterías labradas, muy frescas y de muchos aposentos y patios, con aposentos para esclavos y gente del servicio; que sacrifican niños y niñas y aún personas mayores a sus ídolos abriéndolos vivos por los pechos y sacándoles el corazón y las entrañas; que viven en pecado porque son sodomitas, asuntos estos por lo cuales deben ser amonestados y si sus majestades lo permiten ser punidos y castigados como enemigos de nuestra santa fe católica.

Y era el año de 1520 y en carta a su sacra majestad el Emperador, Hernán Cortes certifica que ha escuchado hablar de un gran señor llamado Moctezuma que está a unas noventa o cien leguas de la costa en donde desembarcó, y que con quince a caballo y trescientos peones, lo mejor aderezados de guerra que pudo, salió a verle doquiera que estuviese para tenerlo preso o muerto, o súbdito a la corona de vuestra majestad; que un día pelearon con más de cien mil hombres que los tenían cercados, y otro con más de ciento cuarenta y nueve mil que al amanecer atacaron su real; y otro que saliendo de madrugada sin ser sentidos por ellos con los de a caballo y cien peones y los indios amigos les quemé más de diez pueblos, algunos con más de tres mil casas y por llevar la bandera de la cruz nos dio Dios la victoria matándoles tanta gente sin que los nuestros recibieran daño; y otro día vinieron cincuenta indios que después de interrogarlos resultaron espías, y visto esto les mande a todos cortarles las manos pues querían saber cómo estaba el real para atacarnos de noche; y otro día di sobre dos pueblos en que maté mucha gente, y ya al amanecer di con otro pueblo tan grande que tenía más de veinte mil casas y a las mujeres y niños que salían desnudos comencé a hacerles algún daño hasta que los principales vinieron sin resistencia a decirme que no les hiciera mal, que querían ser vasallos de su majestad, y me sacaron a una fuente y me dieron muy bien de comer, y estábamos rodeados de tantos cientos de miles que era un milagro estar vivos y en los corrillos de la tropa se decía que yo era loco, que me metía donde nunca podría salir, y como fuera de esto requerido yo los animaba diciendo que eran vasallos de vuestra alteza, que íbamos a ganar los mayores reinos y señoríos que había en el mundo, que derrotando a los enemigos de nuestra fe en el otro mundo ganábamos la gloria y en éste la mayor prez y honra que hasta nuestro tiempo ninguna generación ganó, que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que por las victorias que habíamos tenido para él ninguna cosa es imposible; y otro día vinieron a mí delegados del más principal de toda la provincia, y me rogaban que fuese a una ciudad grande que tenían porque ellos tenían vergüenza que yo estuviera tan mal aposentado y por tales ruegos acepté, y era una ciudad mucho más poblada y más fuerte y mejor abastecida que Granada cuya sola plaza de mercado congregaba en un día hasta treinta mil personas y en toda la provincia unos quinientos mil vecinos; y otro día el señor Moctezuma me envía a decir con doscientos emisarios que daría tributos y oro, plata, piedras preciosas y esclavos y lo mejor de la tierra a vuestra alteza con tal que yo no fuese a su tierra; y otro día sometí a la ciudad de Churultecal, la cual está asentada en un llano y tiene hasta veinte mil casas, e hice tomar presos a sus caudillos y dímosles tal mano que en dos horas murieron más de tres mil hombres, e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendían, hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad porque me ayudaban mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal, y fue así como desde el otro día permití que entraran todos de nuevo a la ciudad y fuesen mis amigos como si nada hubiera sucedido.

Y las noticias que venían de Cajamarca no eran mejores porque Francisco Pizarro había arrebatado a traición todo el sol de Atahualpa, porque era tanto el oro que llevaba su cortejo que en realidad brillaba como un sol.

Atahualpa había aceptado la invitación a cenar que le ofrecía Pizarro como muestra de amistad, y también como muestra de amistad Atahualpa se acercó desarmado, dejando en las cercanías un ejército de cincuenta mil flecheros, treinta mil lanceros y veinte mil hombres más con macanas y dardos.

La infausta noticia de aquel día se regó por el continente con el canto triste de los pájaros y cuando penetró por los espacios tibios de Guacacallo la cacica Guatepán alucinó durante varios días con sus noches haciendo suya su desgracia.

Atahualpa había llegado con toda su corte de centenares de hombres, todos engalanados con grandes pendientes en los lóbulos, distintivos de la nobleza inca. Los portadores, finamente vestidos, lo llevaban en alto sobre un tablón de oro que se dice pesó noventa kilos. El mismo rey portaba finos adornos de oro en su cabello y alrededor del cuello un collar de esmeraldas, pero tanta gloria y magnificencia no intimidó a Pizarro y en lugar de la cena arrastró al rey hasta una prisión mientras 167 españoles y el griego Pedro de Candia sacrificaban, con cañones y arcabuces, a siete mil incas que avanzaban cantando en una sola tarde sangrienta. Como pago por el rescate del rey Pizarro obligó a los súbditos a llenar con reliquias de oro una enorme habitación. El hijo de La Gaitana, entonces, le preguntó a su madre por el origen de su largo llanto y desde entonces supo que su destino estaba ligado a impedir que más lagrimas acongojaran a su querida madre Guatepán y a consagrar sus fuerzas de guerrero en la defensa del honor de su pueblo.

Y las voces angustiadas decían que los barbados no respetaban las épocas sagradas del calendario, la imposibilidad de combates en los períodos de cosechas, que ultrajaban los templos y entraban a saco en los poblados y casas apoderándose de los penates y de las mujeres. Se decía que violaban sin compasión el ritual de las danzas previas al combate, porque cuando los indios danzan no se pueden tocar, no se pueden atacar, es un mito inviolable, porque en la danza ritual están poseídos por los dioses, y todos los pueblos amerindios danzaban antes de entrar en las batallas, y muy por el contrario, precisamente allí, eran despedazados por las espadas, por los arcabuces, por las fauces y garras de terribles animales por ellos desconocidos, porque hasta los caballos mordían en los choques cuerpo a cuerpo, y ellos no podían capturar vivos, como deseaban, a esos hombres que los cabalgaban porque antes eran despedazados por perros asesinos.

También escucharon algo impensable, algo que no podía suceder, la captura y muerte violenta de un Rey. Un Rey es la representación encarnada de un Dios. La captura que durante más de dos meses hace Cortés de Moctezuma significó dejar a su pueblo sin su Dios, sin su jefe, sin su autoridad, y en ese caso es preferible la muerte de todos porque ya no hay esperanza ninguna. Por eso Moctezuma le pide a Cortés que al menos libere a su hermano, y en efecto éste organiza la rebelión, pero ya es demasiado tarde para impedir que suceda la noche triste, la batalla y caída de los cinco soles de la capital azteca, Tenochtitlán, más tarde Ciudad de México.

La Gaitana políglota

Las personas principales, y entre ellas estaba La Gaitana y su familia, se preciaban de ser bilingües y hasta políglotas, dada la gran cantidad de pueblos vecinos con los cuales se relacionaban. Además de su lengua materna la niña Guatepán se enorgullecía de hablar el idioma más extendido en ese entonces en el continente, el Quechua, y de conocer y entender dialectos de Guatemala y Oaxaca que también se manejaban con propiedad entre gente principal de las tribus de los Papamixes, tierra de las papas, en el pueblo de Ytopoan, nunca encontrado, pero mencionado a los cronistas por los indios, según ellos ubicado en la parte más alta del mismísimo valle del Magdalena, en el páramo de las papas, curiosa palabra de origen nahualtl con que los habitantes de estas comarcas del sur de Colombia, en particular de Nariño, Cauca y del sur del Huila, llamaron a nuestro afamado tubérculo.

Rodeados de muchos pueblos cuyos dialectos se contaban por decenas, los españoles se percataron de estos conocimientos bilingües entre las élites amerindias y utilizaron, para los efectos de la conquista, a indígenas que conocían el Quechua, o en todo caso, los idiomas de las comarcas penetradas, sometidas y adoctrinadas, con el fin de salvarlas de sus culturas “bárbaras” como aquella de comer carne humana, practicar la sodomía y sacrificar personas vivas a los dioses.

La Gaitana oculta bajo tierra su tesoro

Cuando la penetración a su territorio fue inminente la cacica Gaitana ordenó sepultar con inmensos montículos de tierra la magnífica estatuaria de sus amores y de su veneración, tanto en lo que hoy se conoce como San Agustín como en los lugares sagrados alternos de Isnos, al sur del Departamento del Huila. Con esta decisión buscaba evitar que el ejercito invasor destruyera las magníficas piedras talladas de sus deidades tal como había sucedido con el templo de Sugamuxi, consagrado al dios Sol, en el territorio de la sal y de las esmeraldas, según los minuciosos relatos que sus diligentes y veloces correos de postas le llevaban; allí la quema de las edificaciones opacó por varios días el brillo del sol, los lujosos adornos de oro del templo se fundieron en barras para facilitar su transporte, y lo que fue el más bello centro ceremonial de toda la comarca quedo reducido a cenizas.

LA RESISTENCIA INDÍGENA EN EL VALLE DEL ALTO MAGDALENA

Fundar ciudades en la avanzada y en la retaguardia

La resistencia indígena en los pueblos y provincias del Alto Magdalena a la llegada de los conquistadores españoles fue, sin lugar a dudas, como en todo el resto del continente, de proporciones gigantescas. La circunstancia de no haber podido vencer a un enemigo numéricamente insignificante, pero con mejores artes y desarrollos para matar, no opaca para nada una resistencia cuya primera consecuencia fue la desaparición, casi total, de los pueblos originales, de una colosal tragedia demográfica que silenció para siempre su legado cultural y sus raíces mágicas.

Para la mentalidad y cosmovisión de los pueblos indígenas que habitaban la región de lo que hoy es el Departamento del Huila, debió ser intolerable, más que la penetración misma del territorio por parte del extranjero, su manifiesto deseo de permanecer definitivamente en él, estableciendo sus reales en extraños conglomerados llamados ciudades, las cuales se fundaban con el doble fin de constituirse en avanzadas y fortificaciones para una guerra absolutamente desigual y genocida, y en fuente de recursos para un nuevo poblamiento a partir del mestizaje y de la mano de obra indígena en las reparticiones y encomiendas, pero sobre todo en nombre de un rey desconocido y de una cruz inexplicable a la cual había que obligatoriamente venerar.

En el Alto Magdalena este período de resistencia indígena coincide y adquiere características de especial crudeza con la fundación de las ciudades más importantes, en particular Guacacallo (hoy Timaná), Neiva y La Plata.

Para los intereses de la conquista, la ciudad ante todo se concebía como un lugar para apuntalar la guerra, el ataque y la defensa, como un fuerte en la avanzada y en la retaguardia. Así lo concebía Sebastián de Belalcázar cuando al entrar por el sur pasó de largo bordeando el Magdalena hasta la desembocadura del río Fortalecillas, unos pocos kilómetros al nororiente de Neiva, y de ahí, sin mayores demoras, proseguir su viaje hasta las altas cimas de la sabana de Bogotá en pos de un nebuloso Dorado que jugaba a las escondidas con tan ambiciosos guerreros, no sin antes dejar órdenes precisas para que se fundaran dos ciudades baluartes que dieran límites y afirmaran su futura gobernación: Guacacallo y Neiva, tal como lo hace saber en su testimonio de Cartagena de Indias, en julio de 1539, antes de su viaje a España para reclamar ante la Corte la jurisdicción de estas tierras.

Nada más extraño y distante a la mentalidad indígena de estos lugares que viviendas pegadas unas a otras en las cuadrículas de una ciudad, y peor aún, amuralladas con piedras o empalizadas que acortaran la vista de las altas montañas azules y el poderoso transcurrir del río. Los pueblos indígenas del Huila, por más densos poblacionalmente que fueran, no conocían el hacinamiento, pues gustaban asentarse familiarmente en viviendas relativamente distantes unas de otras, tal como se observa actualmente en la población que sobrevive en los resguardos Paeces.

Destrucción de ciudades

El período de resistencia indígena en el valle del Alto Magdalena adquiere características de especial agudeza entre los años 1538 y 1577, época de sucesivas fundaciones y destrucciones de las más antiguas ciudades en la región del Alto magdalena: Guacacallo (hoy Timana), La Plata y Neiva. De hecho, en 1538 se funda la primera ciudad importante en la región, Guacacallo, asediada constantemente y trasladada en 1558 al lugar que hoy se conoce como Timaná; en 1551 se funda la ciudad de la Plata la cual es destruida por los Pijaos en el año de 1577; finalmente, en el año de 1569, la ciudad de Neiva es destruida por los indios Pijaos luego de su segunda fundación en la población actual de Villavieja.

Lo anterior significa que estamos hablando de casi cuarenta años de sucesivas creaciones y destrucciones de ciudades, de sus traslados y refundaciones en lugares diferentes por la rebeldía y asedio de los primitivos pobladores indígenas.

Lo que hoy es la ciudad de Timaná, se fundó inicialmente con el nombre de Guacacallo, unos kilómetros más al sur, en la vereda que lleva ese nombre, por el antiguo camino que comunica con la ciudad de Popayán. Neiva es tal vez la única ciudad del mundo que ha sido fundada tres veces, en sitios diferentes, debido a sucesivos ataques indígenas. Su primera fundación fue hecha por Juan de Cabrera, en cumplimiento de órdenes de Belalcázar, en el año de 1539, a unos cinco kilómetros al sur de lo que hoy es el municipio de Campoalegre. Al poco tiempo debió despoblarse por los constantes asedios indígenas en el área y por la urgente necesidad que tuvo su fundador de acudir con sus tropas y la población entera en auxilio de Timaná, que estaba ferozmente atacada por los nativos. Once años después, el 18 de agosto de 1550, el capitán Juan Alonso decide fundarla por segunda vez en el lugar que hoy ocupa la población de Villavieja, entrada al imponente desierto de la Tatacoa. En el año de 1569 la ciudad es destruida por los Pijaos, vecinos de ese territorio. Finalmente en el año de 1612, don Diego de Ospina la funda por tercera vez en el sitio que actualmente ocupa.

Belalcázar ingresa al territorio de La Gaitana

En el año de 1536, pensando en El Dorado y en constituir su propia Gobernación, Sebastián de Belalcázar sale de Quito hacia el norte y funda las ciudades de Popayán y Cali. Luego de dieciocho meses regresa a Quito con la idea de dirigirse a una incierta región en las alturas cercanas a Bogotá en donde según la versión de un indígena que residía en Quito, de nombre Quisquiz, ya no le quedan dudas de la existencia de tan fabuloso tesoro:

“Dijo de cierto rey, que sin vestido,
En balsas iba por una piscina
A hacer oblación según él vido,
Ungido todo bien de trementina,
Y encima cuantidad de oro molido,
Desde los bajos pies hasta la frente,
Como rayo de sol resplandeciente”.

“Dijo más las venidas ser continas
Alli para hacer ofrecimientos
De joyas de oro y esmeraldas finas
Con otras piezas de sus ornamentos,
Y afirmando ser cosas fidedinas:
Los soldados alegres y contentos
Entonces le pusieron El Dorado
Por infinitas vías derramado”

A fines de 1537 sale de Quito y con doscientos hombres camina durante ocho meses hasta encontrar la parte alta del río Magdalena, llamado por los españoles río Grande de Santa Marta, en la región habitada por los Yalcones y Timanaes. Sin mayores contratiempos se detuvo en un lugar que se conocería después con el nombre de Timaná y avanzó por la margen derecha del río unas 30 o 40 leguas con rumbo al norte, y en el paraje de Fortalecillas halló rastros de la expedición de Gonzalo Jiménez de Quezada que había llegado desde Bogotá buscando también el mítico Dorado por información que en la sabana le habían dado los indios moscas.

La llegada de Quezada a la región de “Neiba” fue apenas de entrada por salida pues no encontró las minas de oro ni la “Casa del Sol” que le anunciaban. Al contrario, lo que observó fue un gran despoblamiento, calor insoportable, extensa “Torridez”, pues era probable que se hubiera encontrado al llegar con el imponente desierto de la Tatacoa, lo que enfermó y disminuyó considerablemente a la tropa, motivo por el cual, apesadumbrado, llamo al valle de Neiva con el nombre de “valle de la tristura”.

La guerra de Guacacallo

Antes de abandonar el territorio de Neiva, Belalcázar pide a Pedro de Añasco que se devuelva nuevamente al sur, y en la parte alta del río Magdalena funde una ciudad, para mejor control de un territorio al cual pensaba regresar a ejercer su señorío. En efecto, antes de su viaje a España a solicitar a la Corte su jurisdicción sobre los territorios conquistados, dispuso también que Juan Cabrera fundara y poblara la ciudad de Neiva, la capital de la Provincia.

Añasco, dando cumplimiento a los deseos de Belalcázar, funda la ciudad de Guacacallo el 18 de diciembre de 1538, en la vereda del mismo nombre, lugar de gran concentración indígena y territorio de la propia cacica Gaitan.

La participación de La Gaitana va a destacarse con especial importancia en la “guerra de Guacacallo”, en tanto encarna la figura de una mujer audaz y valiente que logró encarnar todo el rechazo y todo el odio reprimido a un invasor sediento de oro, cuyas noticias de horror y oprobio le fueron llegando, lenta e inexorablemente, desde los confines del continente, y que en su caso particular no sólo tuvo la desgracia de haber mancillado su honor de cacica, de persona principal con autoridad y mando, sino sus más hondos sentimientos de madre, cuando el conquistador Pedro de Añasco decidió capturar y quemar vivo a su hijo, igualmente jefe guerrero de alto rango y linaje como su madre, en represalia ejemplarizante por no haber aceptado rendirle vasallaje.

Era costumbre entre los españoles utilizar la intriga para poner al servicio de la conquista el conocimiento de los indígenas, bien como guías, baquianos y traductores, o simplemente como aliados incondicionales, previamente manipulados y sonsacados, para el ejercicio de la traición. En la guerra de Guacacallo y en particular en la gesta fundacional de Timaná y en la captura y sacrificio del hijo de la Gaitana, Pedro de Añasco consiguió los servicios, cercanos a la veneración, nada menos que del hijo de Pigoanza, gran Señor del lugar y cacique de los Yalcones. Esta situación de celos filiales va a generar un profundo rencor y aborrecimiento del caudillo indígena contra el advenedizo español y a desencadenar los acontecimientos que rodearon la leyenda de la Gaitana.

Juan de Castellanos es el cronista que más información aporta a la resistencia indígena protagonizada por la Gaitana. A sus fuentes nos remitimos sin olvidar que además de su intención literaria, el objetivo de los cronistas era el de historiar los hechos temerarios de los españoles, dar cuenta de sus glorias al rey de España sobre los nuevos pueblos y tierras descubiertas y ofrecer información para orientar la política en las nuevas colonias.

Añasco al fundar a Guacacallo encuentra grandes dificultades para someter a la población y organizar las reparticiones y encomiendas pues “A Timaná, provincia populosa, / Y de gente valiente y orgullosa/ De Popayán cincuenta leguas dista, / Y es tierra fértil pero montuosa,/ Con aspereza que la humana vista / Nunca jamás la vió mas salebrosa./ Entraron pocos para la conquista, / Siendo los indios mano poderosa, / Los Paeces, Yalcones y Pirama, / Y Guanaca, provincias de gran fama.”

En estas difíciles condiciones Añasco decide volver a Popayán por refuerzos “Para buscar de gente mas abrigo / Con que hacer aquel terreno llano/ ”, esto es, ni más ni menos, para reducirlos a sangre y espada, y pronto regresa a su señorío con treinta caballeros más para cobrar los tributos atrasados y obligar a todos puntualmente a servirle sin que importe para nada el linaje de una gente que el español considerara “bestial”, y sin que importe para nada el orgullo de unos pueblos dispuestos a no permitir el vasallaje: “Porque como se viese con mejora / De buenos hombres y demás posible, / En cobrar los tributos y demora / Los aquejaba con ardor terrible; / Y el venir a servir a punto y hora, / Por hecho lo tenían insufrible, / No queriendo con su bestial linaje, / Reconocer a nadie vasallaje./

Castellanos puntualiza detalles impactantes de este encuentro trágico con el pueblo de la Gaitana, de la persona misma de la Cacica, la cual presenta como una mujer viuda, de gran poder y reconocimiento, cuya influencia debió ser definitiva en la lucha de resistencia en Guacacallo, de cuyo nombre duda si fue propio o puesto por los españoles, en absoluto temerosa de las nuevas banderas, y madre a su vez de un hijo con gran poder y mando a quien Añasco desea someter a vasallaje: “No les pone temor el estandarte / Aumentado de gente castellana: / Todos al fin andan de mal arte / E ya servían muy de mala gana, / Para lo cual no fue pequeña parte / Una india llamada la Gaitana, / O fuese nombre proprio manifiesto, / O que por españoles fuese puesto./ /En aquella cercana serranía/ Era señora de las mas potentes, / Y por toda la tierra se tendía / Gran fuerza de sus deudos y parientes: / Viuda regalada que tenía / Un hijo que mandaba muchas gentes, / Al cual por no acudir como vasallo / Añasco procuró de castigallo.”

Pedro de Añasco sacrifica al hijo de La Gaitana

Como el hijo de la Gaitana no responde a los llamados y requerimientos de sometimiento ante quien se considera su nuevo dueño, Añasco ordena su búsqueda, y aprovechando la oscuridad es asaltado en el sueño. La sentencia fue inmediata: “Que muera hecho brazas y ceniza / Mandó, cuyo rigor escandaliza.”

Castellanos cuenta que La Gaitana salió desesperada y sin su guardia tras su hijo, y que presenció impotente la atroz tortura: “Su vida consumió la viva llama / Y ya podeis sentir qué sentiría / La miserable madre que lo vía.”

La Gaitana organiza la lucha y la venganza

A partir de ese momento, La Gaitana va a desplegar todas sus artes de convocatoria y convencimiento entre los caciques y señores vecinos para que unidos faciliten su venganza y expulsen de sus territorios al enemigo común. Su alto linaje y el conocimiento del quechua y otras lenguas, además de estar emparentada con el cacique Pigoanza, son circunstancias que facilitaron su tarea.

Mientras tanto Añasco, envalentonado, y con tan sólo diez y ocho caballeros, si no es valor aquello es locura, se interna más en el territorio y conmina al señor de la tierra, a Pigoanza, para que sin tardanza le reconozca también vasallaje. Cuando sus soldados se quejan ante el peligro y la acechanza de la muerte, él acude al elixir religioso y habla del sufrimiento de Cristo en la cruz, de sus altos destinos y de la gloria que les espera en esta vida si salen victoriosos, o en la otra si mueren. Le ayuda también en estas increíbles exigencias, como se ha dicho, que mantiene a su lado, embelezado, en realidad como un rehen, al hijo del cacique. La Gaitana por su parte ya ha hecho conciencia de las maliciosas tácticas guerreras enemigas y le implora a Pigoanza que tome la iniciativa, advirtiéndole que si se entrega será también quemado como le ocurrió a su hijo. La Gaitana había sido exitosa en sus contactos con los pueblos vecinos y en este sentido alienta a Pigoanza diciéndole que listos a la batalla se encuentran los Pirama, los Paeces, los Guanaca, los bravos Pijaos, y que en toda Timaná solo faltan en dicho empeño que él comande a su pueblo, los Yalcones. Para la Gaitana es claro que lo que está en juego es su libertad y que la única alternativa es el combate, expulsar a los españoles de su territorio.

Pigoanza, impresionado por el discurso de la Gaitana, pero mucho más por la indignación que ya tenía al conocer la muerte del guerrero su hijo, a quien tenía por pariente, decide aceptar el reto, captura a Añasco, y se lo entrega a la Gaitana, quien ejecutando su venganza, primero le saca los ojos, y acto seguido, le abre con una daga un agujero en la garganta por donde introduce un cordel que luego saca por la boca para sujetarlo con un nudo y arrastrar así al moribundo por las calles de su pueblo:

“La barba por debajo horadada, / Grueso cordel en cuantidad no poca / Le metió por aquella cuchillada, / Cuyo cabo sacaron por la boca, / Y allí le dieron a la soga ñudo, con gran aplauso de este vulgo rudo”

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